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diario de Judith

No sólo hallarás aquí dulces confidencias. También todo misterio que me haya sido revelado en la medida en que pueda contarse con palabras.

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La Ciudad Maldita III.Fin de las Pesadillas de Danielle.

Ya habían pasado tres semanas desde que empezaron las pesadillas de Danielle y Pauline seguía trayendo a su hija a la Catedral. Lo hacía por las noches para que la niña pudiera dormir sin perder su rutina diaria.
La situación se hacía cada vez más insostenible. Una mañana, Danielle se quedó dormida en clase. La maestra tenía por costumbre poner música clásica de clarinete en el recreo de las diez y media de la mañana y para cuando la pudieron despertar ya había causado tanto pavor que el centro educativo recomendó la intervención psiquiátrica. Pronto el criterio de la madre no sería tenido en cuenta.
Las fuerzas de Danielle empezaban a flaquear, y con ellas su salud. Se hacía evidente que algo agotaba la fuerza vital de la niña.

Decidimos ir al lugar donde había empezado todo. Santiago consiguió la ubicación del campamento donde Danielle había sufrido el primer ataque. Muchas veces un ser del Otro lado trata de comunicar algo a los vivos con tal intensidad y dolor que puede llegar a perturbar gravemente la psique de quien lo escucha. Buscábamos alguna entidad espiritual a la que apaciguar, o en su defecto, alguna explicación.
Era un medio día de sol cuando iniciamos la marcha Santiago, Gabrielle y yo. Santiago llevó consigo la espada que había encontrado en la Catedral, Gabrielle su actitud irreverente ante el peligro y yo una petaca llena del mejor vodka que pude encontrar. En el bosque se nos unió Aníbal, no como humano, sino como lobo. Desde que conozco su naturaleza garou, los lobos comunes me parecen perros pequeños y hasta los tigres de bengala me resultan mansos. Ese medio día el lobo estaba inquieto. Marchaba primero, buscando rastros en éste lado y en el Otro.

Caminamos en silencio un buen rato hasta llegar al claro del bosque donde los excursionistas acamparon tres semanas antes. La hierba había crecido más de un metro y Aníbal se movía lentamente, olisqueando entre esa monotonía. Los magos andábamos el sendero que iba abriendo ese enorme lobo. Llegamos a un pequeño espacio yermo.
Cuando Aníbal comenzó a cavar se movió un viento insano. A medio metro de profundidad yacía un tubérculo con forma de corazón y el tamaño de una manzana grande. Cuatro raíces lo mantenían todavía agarrado al suelo. Se hinchaba lentamente para luego encogerse. Temí tanto caer en ese agujero que me entró vértigo.
Eché mano a la petaca de vodka y le pegué un buen trago. Aníbal se giró de repente, asustándome. Algo se acercaba despacio, invisible entre la hierba cercana. Cuando Aníbal gruñó, lo que fuera que venía hacia nosotros dejó de moverse.
Gabrielle escribió algo en Ogham sobre la tierra movida. Metió la mano en ella y nos dijo que aquello, que no hace mucho había sido un corazón humano, contaminaba todo ese lugar con una maldad perversa.
La hierba se movió, como por un espasmo. Algo se acercaba por todas partes.
Santiago trazó una circunferencia a nuestro alrededor con la punta de su espada mientras con voz grave recitaba un salmo:

-Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador,
mi Dios, el peñasco en que me refugio,
mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoqué al Señor, que es digno de alabanza
y quedé a salvo de mis enemigos.

Las olas de la Muerte me envolvieron,
me aterraron los torrentes devastadores,
me cercaron los lazos del Abismo,
las redes de la Muerte llegaron hasta mí.
Pero en mi angustia invoqué al Señor,
grité a mi Dios pidiendo auxilio,
y él escuchó mi voz desde su Templo,
mi grito llegó hasta sus oídos.

Entonces tembló y se tambaleó la tierra;
vacilaron los fundamentos de las montañas,
y se conmovieron a causa de su furor...

Cuando el salmo acabó sólo se oía su voz. Había parado todo movimiento de aquel lugar, incluido el viento.
Aproveché esa quietud impuesta para armarme de valor y vaciar mi petaca sobre esa cosa. Gabrielle Encendió una cerilla y la dejó caer en el maldito agujero.
Mientras aquello ardía, las hierbas se desinflaban deshidratándose, desintegrándose, Desprendiendo un lamento agudo, como el grito de un niño. Un alivio me recorría vaciándome de tensión. Quitándome un miedo que se escondía en mí desde que había visto la pesadilla de Danielle.
Nos quedamos durante un buen rato en el círculo que había trazado Santiago hasta cerciorarnos que ya no había peligro. Primero salió Aníbal y cuando estuvo seguro nos fuimos todos.
En estos años no ha vuelto a crecer nada en ese lugar.
En agradecimiento, Danielle me regaló su primer cuadro de la Catedral de Chartres. Su madre la borró del club de excursionistas para apuntarla en dibujo.
El mal sueño acabó para ella, pero pronto tuvimos noticia de otras personas con la pesadilla de Danielle.

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