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diario de Judith

No sólo hallarás aquí dulces confidencias. También todo misterio que me haya sido revelado en la medida en que pueda contarse con palabras.

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De la punta de mis dedos al mundo entero. Fin de la introducción a la Torre.

Llevé a Olympia en la Vespa hasta casa. Comimos rápido y con el postre y un buen café fumamos algún que otro porro. Teníamos algo así como miedo escénico. Sabíamos que íbamos a participar de algo especial. Nos reímos coqueteando un poco. Después de alguna pequeña caricia la cogí de la mano y me la llevé al cuarto. Esta vez nos metimos juntas en la bañera.
La miré con detenimiento. Su sonrisa se mostró un poco tímida pero en sus ojos no había vergüenza. Empecé a enjabonarla con delicadeza. Ella se dejó llevar por mi inercia, se dejó poseer por un presente absoluto en una actitud ritual.
Los rituales crean una situación transtemporal. Es parte de su fuerza. Conectan con una primera vez, o con un ciclo eterno. Unen todos los tiempos aportando un sentido a la vida de la gente. Nos hace partícipes de la historia, de la creación, del mantenimiento. Nos hace responsables.

Era una mañana de primavera perfecta. Estábamos en un templo consagrado al tiempo, en un cuarto consagrado a Afrodita. Esto se había repetido infinitas veces; mis aceites, la comida, la conversación, las drogas han sido usados siempre para invocar a la diosa de la armonía. Siempre hay algo ceremonial en tomarse un café o liarse un porro. Esos momentos se nos hacen necesarios. Tienen poder porque precisamente atraídos por esa invocación los dioses nos dan la fuerza, la fortuna, la belleza...

Inmersas en el ritual sequé a Olympia con cuidado. Recorrí su cuerpo con mis dedos buscando los recovecos que retienen esa energía sexual capaz de provocar el despertar.
Canté como nunca lo había hecho. Un pulso, un latido en la punta de mis dedos. Y algo se estremeció.

Salimos del Tiempo común y entramos en el Tiempo Mítico. Y ya no había paredes. Entre plantas y altas columnas se veía el Mediterráneo. Estábamos en el santuario de Artemisa. Entre ese baño Mítico y nuestro baño había un hilo sagrado. Éramos vehículos de fuerzas cósmicas. Nuestra identidad carecía de sentido. Éramos Armonía.

Sentí que me extendía. Pensé en el cable. Gabrielle y Santiago consiguieron un día transportarse por por el cable a otros sitios. Es así como la torre nos conecta a ella y se conecta a la ciudad.
La armonía inundaba mi cuerpo y el de Olympia. Quise utilizar el cable para difundirla. Quise ser el cable y llevar esa potencia a la humanidad. Y noté el latido de la Realidad.

Casi no hablamos esa tarde. Cuando Pola entró en el salón sabía que algo había ocurrido. Venía siguiendo un rastro creciente de alegría, de renovación. Olympia volvía a ser Olympia y yo volvía a ser yo. Habíamos vivido juntas una experiencia mística. La Torre había tomado un evento sagrado y lo había extendido por sus raíces. Llamé a Onire(1) y se presentó más guapa. Había crecido.

Esa noche vinieron los estudiantes de Bellas Artes. Ellos me dibujaron y yo les hice fotos. Cenamos, bebimos e hicimos el amor. Cuando desperté dormían abrazados. Entre ellos había algo de lo que Olympia, la Torre y yo habíamos traído esa tarde.

(1).- Onire es la forma en la que se nos muestra el espíritu de la Torre. Es una niña muy particular que nos protege. Sobre su nacimiento y su naturaleza hablaré en otra ocasión.

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