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diario de Judith

No sólo hallarás aquí dulces confidencias. También todo misterio que me haya sido revelado en la medida en que pueda contarse con palabras.

Mayim

Nada más llegar a París he tomado café en casa de Mayim. Nuestros encuentros no dejan de ser intensos. Me ha dicho que se casa con João. Todavía no le conozco pero todos hablan de él como el arquetipo de masculinidad digno de ser guardado en el zoo de un matriarcado futurista. Pola y Olympia, que se han enamorado también de él, le llaman "el Archimacho". Dicen que ha tenido 10 mujeres y 40 hijos. Y parece cierto. Ocurren cosas interesantes cuando una está lejos.

Siento por Mayim un amor de sabor diferente. Tal vez deba estar atenta a esas sensaciones exóticas que provoca el hecho de ser dos personas. Pero no dejo de pensar en que ella sigue amando a Dante. Y Dante me pide lágrimas.

Soy una irresponsable. No se cómo saldrá todo esto de ser a veces un hombre. Cuando soy él me asusta la idea haber resultado un experimento fallido avocado a la extinción. Desea, como Pinocho, convertirse en un hombre de verdad. En el fondo sabe tan bien como yo que nunca dejaré de ser él. No morirá, sólo volverá a mí. Nació para reunirse conmigo.
Aunque a veces las cosas muestran su caprichosa realidad. O su necesario acontecer. Y lo peor es que hace daño. Y nadie ha sufrido más esto que Mayim.

La conocí en el aeropuerto, con la mala noticia del asesinato de su maestro Yizhak Twerski, urgiéndole a que se pusiera a salvo bajo nuestra protección. Era la única de su Kábala que quedaba viva. Tenía, como Santiago, la fuerza de la fe.

La recuerdo en el pasillo de Chartres, con la determinación de vencer al terror. Esos seres nefandos nos encontraron buscando aquello que ella custodiaba, un artefacto que encerraba un espíritu de Gehbura, la sephira del rigor y el poder condenatorio.
Recuerdo cuando tuvimos que liberarlo para salvar nuestras vidas, malogrando con ello un arma destinada a acabar con la Ciudad Maldita.
En la calma posterior la vimos despertar; una nueva arma de Dios, mucho más poderosa y hermosa que la que se había ido.

Esos recuerdos permanecen, casi entre la vigilia y el sueño. Por importantes que sean a veces parece mentira que algo así pudiera ocurrir.

El momento que me acompaña siempre es el día en que Dante y ella se vieron por primera vez. Cogida a su cintura, en la vespa, vieron el esplendor de París en una larga gira hasta parar en el mirador de Montmatre. Allí se dieron un beso. Y se enamoraron. Todo era natural; era el amor perfecto, sencillo, providencial. Yo hubiera sido João si Dante no hubiera sido yo. Ni siquiera he querido tanto a Santiago.

João le dará niños preciosos, él es un hombre de verdad.
No sé quién ser el día de su boda. Ojalá pudiera ser los dos.