<body><script type="text/javascript"> function setAttributeOnload(object, attribute, val) { if(window.addEventListener) { window.addEventListener('load', function(){ object[attribute] = val; }, false); } else { window.attachEvent('onload', function(){ object[attribute] = val; }); } } </script> <div id="navbar-iframe-container"></div> <script type="text/javascript" src="https://apis.google.com/js/platform.js"></script> <script type="text/javascript"> gapi.load("gapi.iframes:gapi.iframes.style.bubble", function() { if (gapi.iframes && gapi.iframes.getContext) { gapi.iframes.getContext().openChild({ url: 'https://www.blogger.com/navbar.g?targetBlogID\x3d7926155719755327671\x26blogName\x3ddiario+de+Judith\x26publishMode\x3dPUBLISH_MODE_BLOGSPOT\x26navbarType\x3dTAN\x26layoutType\x3dCLASSIC\x26searchRoot\x3dhttps://diario-de-judith.blogspot.com/search\x26blogLocale\x3des_ES\x26v\x3d2\x26homepageUrl\x3dhttp://diario-de-judith.blogspot.com/\x26vt\x3d1814785731851084173', where: document.getElementById("navbar-iframe-container"), id: "navbar-iframe" }); } }); </script>

diario de Judith

No sólo hallarás aquí dulces confidencias. También todo misterio que me haya sido revelado en la medida en que pueda contarse con palabras.

El Castillo de Urania

La puerta de Urania, el nombre de Emil. Sabía suficiente, y creo que por eso desperté. Marché a la biblioteca y me apoyé en la barandilla junto a la sección de Astronomía. Abajo, entre las mesas, estaba el modelo de sólidos platónicos de Kepler y, junto a él, un ordenador. Bajé y escribí en el buscador Emil y Urania. La respuesta no se hizo esperar:
“Un excéntrico millonario, Emil Istrati, reconstruye el castillo de Urania”
“Uraniborg, el castillo de Urania, será de nuevo un centro de estudios de Astronomía, Alquimia y Magia”
“Emil Istrati, un millonario rumano crecido en Italia que dice ser un mago invita a astrónomos, músicos y alquimistas a visitar su castillo dedicado a Urania, musa de la Astronomía.”
Eché a reír fascinada por la sencillez de la investigación. Yo misma había conocido a un experto en hermetismo que rechazó una invitación para ir al castillo de Urania por temor a que le tacharan de loco. No me costó encontrar una foto de Emil Istrati y era, sin duda, el hombre del sueño vestido con un sombrero, en los jardines de un Palacio de Urania que parecía el modelo de los grabados, las descripciones y los cuadros que nos han llegado.
Buceando en la bibliografía, no tardé en encontrar un magnífico tratado de un astrónomo y astrólogo que había participado asesorando la réplica de Uraniborg. En el prólogo, digno de un poeta, el doctor Vasile Iliesku hablaba de los sueños hechos realidad, de la paz de espíritu y la alegría que se alcanza cuando se vive para el alma en un lugar tan cercano al tiempo cósmico que “hace recuperar al visitante algo que el hombre de hoy ha perdido”. No sin humor detalla el cuidado en la selección de materiales y en la forma de construcción, “la idea era construir Uraniborg de nuevo, evitando a todo costa, sin límite en el presupuesto, materiales que no fueran nobles y técnicas que no fueran artesanales. Todos, hasta el más incrédulo de los que participamos en su construcción, empezamos a sospechar que Emil Istrati era capaz de transformar el plomo en oro.”
El Uraniborg original fue construido por Tycho Brahe como centro de estudios donde se estudiarían las correspondencias entre los astros y los metales. El mismo rey Federico II tenía una habitación reservada para sus visitas. Hubo un tiempo en que hasta 40 estudiosos trabajaban en el recinto. Se dice que fue el primer centro de investigación del mundo, aunque claro, eso también se dice de la Biblioteca de Alejandría y quién sabe de cuántos sitios más.
Estaba rodeado por una muralla cuadrada que tenía dos portones en vértices opuestos y dos casas en los otros dos. Contaba con un jardín geométrico con quioscos y fuentes y en su centro se alzaba el palacio en sí, que contaba con un laboratorio alquímico en su base y todo tipo de instrumentos, salas, torres y balcones preparados para el estudio y la observación directa de las estrellas. Una bella estatua de Pegaso culminaba su bóveda principal. El complejo se levantaba en la isla danesa de Ven. Terreno que resultó ser demasiado inestable para albergar los instrumentos más sensibles.


Cuando Tycho perdió el favor del nuevo rey Christian IV, el castillo cayó en el abandono, y tras veinte años de existencia fue saqueado hasta los cimientos.
El nuevo Uraniborg está en un lugar muy diferente. En los terrenos que la familia Istrati recuperó tras la caída del telón, un valle entre montañas en los mismísimos Cárpatos, apenas a 80 kilómetros de Brasov, una de las ciudades más hermosas de Rumanía.
Su construcción terminó hace cerca de tres años, y cuenta con residentes más o menos fijos y visitantes. Entre los fijos destaca Matilda Stanoiu, una eminencia en la tradición hermética con una obra monumental sobre el tema.
Respecto al señor Istrati, un gracioso halo de misterio le rodea. Se le ridiculiza y se le admira a partes iguales y no tiene problemas en conceder entrevistas. Afirma que es capaz de prodigios como la teletransportación, pero se niega a hacer demostraciones por respeto al misterio, dice que sin fe no hay magia, y que quien ve sin creer tiene más problemas para la Iluminación. Una minoría de los intelectuales, entre los que se encuentra Matilda, ven en él al mago del renacimiento y no literalizan sus afirmaciones, razonamiento que les sirve para transformar los prodigios en metáforas. Yo sé que a través de las Metáforas se pueden hacer Prodigios. Sin duda Istrati es un Mago. Pronto le visitaré.

Los sueños de Uraniborg II. La siesta.

Era una tarde lluviosa, como casi todas en París. Tras una gran comilona fumé una variedad de marihuana con nombre de teoría astronómica- Big Bang-, me tumbé en el sofá y viendo el trajín de las gotas en los ventanales caí fulminada por el sueño.
Vestía una túnica azul oscuro igual a la del sueño anterior, pero su manto contenía decenas de estrellas bordadas con hilo de un amarillo áureo tan dorado que parecían tener su propia luz. Paseaba sin rumbo por la Ciudad de Ciudades sin entrar en ningún edificio en concreto, decidida a hacerme una idea general del lugar antes de despertarme.
Reconocí un patrón: todos los edificios eran asimétricos y todas las calles eran anchas y racionales. Tras un buen rato me topé con una avenida en la que se erguían en fila y a los lados titánicas estatuas. Cada coloso daba paso a una calle perpendicular a esa columna vertebral de lo que se me antojaba un extraño ser hecho de sitios. Reconocí las representaciones de la Templanza y el resto de arcanos mayores del Tarot, los dioses olímpicos, las musas, las furias, ángeles y demonios, grandes sabios como Platón, Ptolomeo, Bruno o Proclo y todo tipo de imágenes arquetípicas, el árbol de la vida y el conocimiento, la serpiente enrollada en el onfalo, el dragón, o el terrible basilisco. Habían calles que prometían ser un cúmulo de buenos lugares, llenos de placeres o conocimiento. Otras, las menos, parecían guardar terribles espacios de monstruos y perversiones.

- Toda ciudad tiene un nombre, me dije a mí misma en voz alta. Esta se llama Emil.

La última de las figuras precedía a una muralla no muy alta. Era Urania, musa de la astronomía que, portando un compás y una esfera celeste a sus pies, miraba hacia una pequeña puerta abierta en el muro. Antes de cruzar paré un momento y reconocí el orden de lo que había recorrido. Un sitio urbanizado, organizado con un antiguo método, una disciplina que fue practicada durante más de veinte siglos antes de caer casi en el olvido. Estaba en una parcela de la mente de un mnemotécnico. Un paisaje dispuesto por las reglas del Arte de la Memoria.

Los sueños de Uraniborg. El Hotel de hoteles.

Vestía una túnica azul oscuro y el cielo nocturno ardía de estrellas. Marte me dedicaba una sonrisa y yo no podía más que sonrojarme. Oí la lejana voz de Gabrielle cantando al otoño y me dejé arrastrar por su fuerza. Caí lenta y parsimoniosamente como una hoja más.
Ella bailaba alrededor de un roble. Miraba al suelo sin ser consciente de mí y a la vez siéndolo de todo lo que existe.
No muy lejos un hombre observaba discretamente. Tenía el pelo cano y era delicadamente esbelto. Su mirada estaba llena de cariño y candor infantil. Vestía una capa gris claro casi blanca y un sombrero de ala ancha. Echó a andar resuelto por un sendero del bosque que decidí seguir sin dejarme ver.
Su camino dibujaba un paisaje que desaparecía a su espalda. Al poco tiempo se alzó frente a él una ciudad de calles rectas y edificios asimétricos de todas las épocas y arquitecturas imaginables. Castillos con torres de diferentes formas y alturas, palacios adornados con estatuas de todos los dioses, incluso casas con forma de letras, pirámides y una catedral que tenía al menos doce agujas diferentes. A lo lejos el cielo empezaba a clarear.
Al fin entró en un edificio. Sobre su puerta se leía “Hotel” y su fachada vestía detalles de al menos diez hoteles del mundo que yo haya visitado alguna vez. Dentro, un hall inmenso y tres recepcionistas carismáticos que recibían a los visitantes. Dejé que subiera a un ascensor y me fijé en qué piso paraba (el VI). Subí las escaleras corriendo el riesgo de que sus bifurcaciones irregulares me confundieran. Cada ventana mostraba un paisaje distinto; algunas daban a calles de Roma, Madrid o Venecia.
Ninguna de las puertas del sexto piso estaba cerrada con llave. En la primera había una mujer rubia escribiendo una obra de teatro vestida sólo con el sujetador. En la siguiente se oían las campanas de la catedral de Milán y un pájaro se posaba en el quicio de su ventana abierta. En el suelo de la tercera vi un tren de hojalata de vivísimos colores y un ratón.
Me ha despertado el olor a café. Ahora, en esta vigilia no menos fantástica, espero atrapar a Karel con la zarpa en la tarta de chocolate. Al misterioso caballero lo atraparé en el próximo sueño.

La carta de Ángelo.

Cada una de las caras de la caja piramidal tenía bisagras en su base y se abrió sin dificultad. Dentro había un cilindro cónico de bronce con grabados en una lengua que parecía pictográfica y era desconocida para nosotros.
En el interior del cono, suspendida sin ningún movimiento, había una piedra oscura del tamaño de un puño. La presencia de lo sagrado en ella era tan patente que nadie hizo ningún comentario al respecto.
Observamos con detenimiento, cada uno a su manera. Percibimos, yo en mi piel, Gabrielle en su música y Santiago en su luz, que la quintaesencia de la torre fluía por su interior impregnándose de la naturaleza de la piedra, para salir con la impronta del bien más absoluto.
Era su aura tan luminosa que tratar de someterla a cualquier análisis parecía un sacrilegio. Sería como diseccionar a Karel buscando sus alas. Imponente, tenía la presencia de un dios y tal vez algo de su poder.
Cuando, con cuidado, nos atrevimos a mover el objeto hallamos bajo él una carta de mi padre. Tenía unos días de antigüedad pero había sido escrita hace más de veinte años.
Decía así:

"Queridos amigos. No creáis que sois unos desconocidos para mí.

Sé de sobra los riesgos que corremos, pero hemos aprendido que el mundo no es tan pequeño como nos han querido hacer creer. Así que haya pasado lo que haya pasado, ni se os ocurra pensar que la vida o la muerte pueden ser tristes para alguien consciente de lo que tiene a su alrededor.

Ya ha ocurrido. La Torre ha desarrollado su potencialidad y el cable se ha mostrado como un ser vivo consciente que crece. Una maravilla perdida de la antigüedad que debía resucitar. Nuestro proyecto nació para ayudar a la emancipación del hombre, nuestro objeto fue luchar contra la Inercia impuesta por el poder. Pero hay muchas formas de luchar. Esta es la mía:
Un día me hice una pregunta sencilla: ¿cómo hacemos la magia? Traté de buscar una respuesta traducible al lenguaje de las Matemáticas y las Formas, y la encontré en lo que ahora se está empezando a conocer como Teoría del Caos.
Se puede representar la potencialidad de todo sistema físico en un eje de coordenadas. El espacio resultante es llamado espacio de fase y representa todos los estados que puede manifestar un sistema físico dado. Ese sistema no puede salir de ese espacio de fase. Nosotros, los magos, cambiamos el espacio de fase de los sistemas físicos con nuestra voluntad.

¿Pero qué pasa si traducimos esto al mundo de las ideas y su expresión, la sociedad?
Todo concepto tiene también su espacio de fase. Esos espacios de fase cambian con el discurrir de las generaciones, o se mantienen fijos. Más allá no hay nada. Con la centralización y la tecnificación del poder, esos espacios son demasiado rígidos, pues los medios naturales para cambiarlos nos han sido arrebatados. En una palabra, la creatividad, y con ella la iluminación, han sido cubiertas por un ilusorio velo en pos de mantener un sistema de poder.

He aquí que la Torre es, en su conjunto, una máquina para flexibilizar esa artificiosa rigidez de los espacios de fase del mundo mental. El caos creativo se exporta desde la piscina a lo largo de sus raíces tanto al mundo físico como al mental. Pero esto tiene sus riesgos. El cambio no conoce moral, hay cosas que no deben cambiar y cosas que es mejor que no existan. ¿Cómo producir un cambio dirigido? ¿Un caos creativo bueno para la humanidad?
Ese es el escollo con el que me encontré. Pues, aunque podría dirigir cierto cambio, no está en la naturaleza de las personas el poder de discernir a ese nivel. Y este escollo me llevó a encontrar este objeto que os mando.

Fue Rubayat quien me habló de un lugar cuya resonancia no es de este mundo. Ella estudia la Kábala y había descubierto un templo cuya resonancia era anterior a la ruptura cósmica, cuando el amor divino equilibraba la sephiroth del rigor y no existía el pecado.
Ese lugar es la catedral de Chartres. Desde su construcción los fieles se han nutrido de una presencia que templaba su espíritu dotándolo de algo que se perdió con el origen del mal.
Indagando en la construcción de ese prodigioso instrumento de sacralidad, averiguamos que una vez hubo, en el remate de la aguja de su torre más antigua, una piedra-imán (1). La hallamos perdida en una colección privada y la hicimos nuestra.
Ajusté toda la arquitectura de la Torre para que, con ese objeto que ahora habéis recibido, el caos creativo que mueva a nuestro querido mundo sea, a la fuerza, benigno y justo, causando necesariamente un mundo mejor, pues nada malo puede surgir de su esencia.

Decidle a Judith que su padre la quiere. Vuestro compañero:

Ángelo Cannizzaro. "


Colocamos el cono en el lugar más apropiado, en el techo, sobre la piscina y el cable. Y allí ha estado estos tres años, imbuyendo lo que quiera que haga este lugar de una resonancia angelical. Hacía de la Torre, este espíritu de caos creativo o de orden dinámico, un instrumento del bien sin lugar para la ambigüedad.

Pero mi padre, aun siendo un visionario, nunca dejó de ser un materialista. Un materialista de ideas-ente, de sociedades vivas. Pensaba en superorganismos sociales, en espíritus de las épocas y de los conceptos, pero no era un místico.
Imagino la frustración de Rubayat cuando vio el betilo presa de una máquina. Pobre Rubayat. No es que Ángelo no tuviera razón, quién sabe qué semillas habrá plantado su obra en el caos emergente de la dinámica social, pero es evidente (seguro que él estaría de acuerdo) que algo tan poderoso y complejo, tan misterioso, dotado incluso de la potencia de un dios, tendría su propia evolución más allá de nuestro entendimiento.
Y ocurrió que cosas para nada sutiles empezaron a acontecer en los lugares a los que llegaba la influencia de la Torre a través del cable.
Los lobos nos hicieron saber que nuevos espíritus venían a París. Se empezó a sospechar incluso de la presencia de varios demonios. De alguna manera, la ciudad, o tal vez Onire, los llamaba.
Nuevos edificios manifestaron consciencia propia y nos empezaron a hablar. El cable les aportaba fuerza y les mantenía en comunicación. Empecé a sospechar que ese estado consciente es en realidad más natural que la inercia y que cuando los chamanes despiertan un objeto no le otorgan vida, sino que lo sacan del silencio de la banalidad.
Conocimos nueva gente sensible capaz de percibir el otro lado. Los avistamientos de cuervos fantasmagóricos o de lobos corriendo por las calles aumentaron.
Sorprendentemente, el espíritu de París dejó de presentarse con aspecto humano. Pola descubrió que acompañaba a una chica. No era una posesión, más bien una simbiosis que la hacía capaz de aprender a utilizar los dones de la ciudad a voluntad. Hemos averiguado que esto ha ocurrido otras veces, pero no sabemos con qué efecto o finalidad.
Y son sólo algunos ejemplos. Sin duda estos acontecimientos llamaron la atención de El Príncipe y le impulsaron a actuar. No se llevó el betilo sin explicar algunos de sus motivos. Adelanto uno; no estábamos preparados para custodiar un objeto tan poderoso.


1.- Robert Temple, en su libro “El Sol de Cristal, tecnologías perdidas de la antigüedad” habla de una posible utilización de los maestros medievales canteros de equivalentes magnéticos a los “piramidiones” que los egipcios colocaban en el vértice de sus pirámides y obeliscos.
En él se hace eco de un fragmento de un libro de viajes del Dr. Martin Liset. “Viaje a París en 1698” donde menciona la colección de imanes que tenía un inglés desconocido en nuestra época:
“Mr. Butterfield es un hombre honesto, justo y campechano, que ha residido en Francia durante 35 años, es un artista excelente en el campo de los instrumentos matemáticos de todo tipo y trabaja para el rey y todos los príncipes de sangre, y su obra es demandada por todas las naciones de Europa y Asia.
En más de una ocasión me mostró (lo cual es su gran diversión) una poderosa colección de piedras imanes, que alcanzan un valor de varios cientos de libras esterlinas… Nos enseñó una piedra imán extraída de esa pieza de hierro, que une las piedras en la misma cumbre de la aguja de Chartres. Ésta era una gruesa corteza de óxido, y parte de ella se había convertido en una poderosa piedra imán, que tenía todas las propiedades de una piedra extraída de la mina. Mons. De la Hire ha publicado una memoria sobre ella; y Mons de Vallemont un tratado. La parte oxidada exterior no tenía propiedad magnética alguna, pero el interior sí poseía un fuerte magnetismo, de forma que aumentaba en una tercera parte su peso. Este hierro poseía el mismo grano que un imán sólido, y la resistencia de una piedra.”

El viaje del betilo.

Cuando utilizamos la Torre como un onomasticón siguiendo el rito de los antiguos egipcios, no pensábamos que más allá de registrar nombres de cosas importantes para su permanencia en el cosmos, se iban a desencadenar unos acontecimientos que terminarían en el viaje del betilo.
Todo ocurrió en el intervalo de una semana, hace ya tres años. Al amanecer del día siguiente al ritual vimos a Onire por primera vez. La Torre se nos manifestaba como una niña que tenía algo de nuestra esencia y de cada una de las palabras que habíamos aportado. Días después, el agua de la piscina hirvió hasta desaparecer, y dejamos de ver a Onire hasta pasado el viaje. Luego los objetos más mundanos empezaron a estropearse o degradarse. Primero en la casa, después en el hotel. Observamos atónitos cómo el cable empezaba a crecer, como si de una raíz se tratara.
Finalmente, una tarde de tormenta notamos una presencia en la piscina y acudimos todos. Aunque la ciudad estaba cubierta de nubes, la sala tenía una luz diferente. Primero sólo Aníbal podía oírla, luego subió su volumen hasta convertirse en un estruendo. Unos cascabeles sonaban a destiempo. Como hechos de esa música macabra, tomaron forma cinco esqueletos que danzaban sin ritmo ese caos en círculo, en el fondo de la vacía piscina, alrededor del lugar donde nace el cable. Una sensación de peligro iba creciendo con ese ruido antinatural. El tiempo se enrarecía y presentimos la fractura.
Ya era casi insoportable cuando un instrumento de cuerda parecido a un sitar sonó en el centro del círculo. Su melodía fue armonizando el estruendo hasta completarlo en una bella canción y continuó hasta transformar la ruptura en cambio y el peligro inminente en una sombra vigilante.
Empezaron a mostrar su luz multitud de llamas y un anillo de velas que temblaban con la música sustituyeron a las figuras esqueléticas. Cuando dejaron de titilar la canción paró y comenzaron a aparecer formas en el centro del círculo.
En el origen de la música, justo sobre el cable, una caja piramidal de cerca de un metro de alto por medio metro de base con un orificio servía de caja de resonancia de al menos treinta cuerdas clavadas en una de sus caras. Junto a ese extraño instrumento musical, Ángelo, mi padre y tras él, sosteniendo un cirio encendido cada uno, Nicoletta, Rubayat, el enorme Pieter y su hija Margot. En ese momento, salvo Pieter, todos los demás estaban muertos pero aparecieron ante nosotros iluminados por la luz de otro tiempo.
Nicoletta era la alumna aventajada de mi padre. Lucía unas enormes gafas de pasta y tenía una actitud tímida para la vida cotidiana, pero carismática para la magia. Una mesa de la biblioteca tiene grabado su nombre. Si lo acaricias con cuidado puedes notar su cariño hacia todas las cosas, su determinación y su humildad. Murió en 1984, poco después que mis padres. Rubayat le disparó en la cara cuando abrió la puerta de casa. Para poder sorprenderla había dormido con un hechizo el espíritu guardián de la Torre.
Rubayat tenía sus propios planes. La idea de Ángelo le parecía demasiado materialista y limitada. Tenía otro proyecto más cósmico cuando un enemigo poderoso lo amenazó todo. No pudo soportar la presión, trató de poner a salvo su idea y vendió a los demás. Sus nuevos aliados le arrebataron algo más valioso que la vida. Tardaría muchos años en morir de verdad. Mayim descifra ahora sus apuntes; los encontramos junto a los diarios de mi padre en una sinagoga de Safed.
Pieter es quien escondió a Karel en casa. Ya buscaba la redención cuando eran condiscípulos del maestro Danzig en 1600. Antes había sido un temible soldado, mago a sueldo de los príncipes. A Karel lo encontramos cuando despertó en una sala escondida de la Torre, dentro de un sarcófago que Pieter había grabado con soles, rayos y ángeles guardianes. No sabemos exactamente dónde está Pieter, tengo motivos para pensar que no muy lejos. Su hija Margot murió hace tres años. Decidió encontrar la vida eterna bajo la luz del sol antes que convertirse en uno de esos monstruos que tanto daño han hecho a su padre y al mío.

Y allí estaban, frente a nosotros, vivos en un artificial momento común. Un montón de cosas por decir se acumulaban en mi garganta formando un nudo, no me había dado tiempo ni a empezar a llorar emocionada cuando Ángelo habló:

- No digáis nada que pueda cambiar vuestro pasado. Os entregamos esto ahora porque el tiempo intermedio es peligroso.

No dejó oportunidad para cometer errores. Los oficiantes soplaron sus velas y desaparecieron mientras mi padre hacía sonar las cuerdas una última vez, un acorde que apagó el resto de las llamas que le unían a este tiempo y lo devolvió al suyo, a su vida. Al antes.
Sólo quedó la caja. Atónitos miramos a nuestro alrededor. El viaje había acabado. El tiempo intermedio había pasado.

La Pregunta y El Príncipe.

La pregunta vino de la boca de un mal profesor. Era teólogo y era francés, hablaba de Tomás de Aquino y de Camus. También era un adorador de la belleza, un sátiro y un mentiroso. Daba clases de filosofía a niñas ricas de un internado, le gustaba exhibirse y tenía fama de no llevar ropa interior. De él recuerdo sobre todo, su voz detrás de mí (le gustaba hablarnos desde nuestras espaldas, con una dulzura fuera de contexto). La pregunta nos la hizo hablando de la necesidad de Dios y del sentido de la humanidad. La recuerdo porque entonces me pareció inapropiada, innecesaria.

¿Por qué el ser y no más bien la nada?

Ahí estaba, una gran cuestión metafísica. Una de esas preguntas-guía, misterios que sirven de inspiración de los hombres. Lo que había sido licor para las inquietas y ociosas mentes de los sabios de la filosofía, desde Parménides hasta Heidegger o Leibniz, desde Platón hasta Sartre, era vaporizado, a modo de vacuna, sobre veinte niñas encerradas en jaulas de oro y que sólo pensaban en el presunto paquete de su profesor. Y fuera de contexto, desde atrás. Por mera retórica.
Yo, que por entonces era toda una poetisa, pensaba que los porqués apenas eran un consuelo y como no conocía el difícil arte de pensar antes de hablar, levanté la mano y contraataqué con un verso descontextualizado de un poema de Juan Ramón Jiménez titulado "las hojas verdes"(1):

- Este dolor me lo he buscado
yo;
entre mis rosas, lo tendría?
no!

Ay! la costumbre lamentable
de
buscar entre la sombra un por
qué!


Coseché un par de risas, una nota fructuosa de otra poetisa sedienta de consuelo y un tal vez merecido suspenso.
Pero esa pregunta vuelve, fuera de contexto, como el recuerdo de la voz falsa de ese profesor que hablaba desde atrás.
Tardé mucho en entender que la nada y el ser no son el Todo. Cuando encontré el no-ser tuve la certeza de no estar ante la nada. La nada es otra cosa; y lo malo, lo terrible es que la nada, contra toda lógica, existe. No se la ve, se la intuye. Está en los porque sí, en los porque puedo. En los huecos que se ven con en rabillo del ojo, donde casi nadie puede mirar de frente. En el origen del mal. Esa nada es la ausencia, el vacío. Y, aún más incomprensible, hay seres vacíos, llenos de nada. A veces nos cruzamos con ellos. Los hay que son así porque pueden. Los hay que lo son porque responden a la pregunta que aquel día se nos hizo con un:

¿Por qué no la nada?

Supe de El Príncipe por Almudena. Era un chico muy rubio, de Europa del Este. Muy dulce. Compañero de piso de Mina y bautizado por ella con ese mote por su aspecto de príncipe azul. Salieron juntos hasta que un día Almudena intuyó que algo de una intensidad terrible se escondía tras su voz de ángel. No sabía muy bien por qué, pero le dio miedo.
A partir de entonces empezó a no contarme cosas. Saber de él es peligroso. Hablar con él es una equivocación. Almudena estaba triste. Se sentía culpable. Y yo no podía ayudarle porque no me contaba qué sucedía.
Y luego fue Santiago. Aquel que le conocía, caía en un estado de desolación. Pensaba para él. Sufría para él. Los dos hermanos me huían. Empecé a pensar en El Príncipe, a contagiarme sin siquiera haberle conocido. Entonces acabó la sutilidad. Y como golpe de efecto comenzó la violencia.
Oportunista, absorbente. Como un niño mimado que exige atención.
No puedo contar aquí a quién ni cómo hizo daño, pero fue implacable y cruel. Sé muy poco de lo que ocurrió. Consiguió el silencio después del dolor. Y quién sabe cuántas cosas más.
Ahora ha vuelto. Esta vez para arrebatarnos algo que encumbró e inspiró durante siglos la catedral de Chartres y que mi padre encontró perdido en una colección privada de piedras-imán.
Aprovechó la ocasión para arrancar lo que hacía de nuestra Torre un instrumento necesariamente bueno. El Príncipe se ha llevado el betilo (2).

1.- El poema continúa así:
Era bella, era fresca, pero
muy
distinta, por sus soles, de
mí.

Y me llenó de sol y labios,
ah!
y mi alma no puede olvidarla
ya!

Este dolor me lo he buscado
yo;
entre mis rosas, lo tendría?
no!

2.- Los betilos son piedras sagradas receptáculos y manifestación de la presencia de un Dios. Sobre la simbología de los betilos en general, y la naturaleza, función e historia del que estuvo en nuestra Torre hablaré en una próxima entrada.

Mayim

Nada más llegar a París he tomado café en casa de Mayim. Nuestros encuentros no dejan de ser intensos. Me ha dicho que se casa con João. Todavía no le conozco pero todos hablan de él como el arquetipo de masculinidad digno de ser guardado en el zoo de un matriarcado futurista. Pola y Olympia, que se han enamorado también de él, le llaman "el Archimacho". Dicen que ha tenido 10 mujeres y 40 hijos. Y parece cierto. Ocurren cosas interesantes cuando una está lejos.

Siento por Mayim un amor de sabor diferente. Tal vez deba estar atenta a esas sensaciones exóticas que provoca el hecho de ser dos personas. Pero no dejo de pensar en que ella sigue amando a Dante. Y Dante me pide lágrimas.

Soy una irresponsable. No se cómo saldrá todo esto de ser a veces un hombre. Cuando soy él me asusta la idea haber resultado un experimento fallido avocado a la extinción. Desea, como Pinocho, convertirse en un hombre de verdad. En el fondo sabe tan bien como yo que nunca dejaré de ser él. No morirá, sólo volverá a mí. Nació para reunirse conmigo.
Aunque a veces las cosas muestran su caprichosa realidad. O su necesario acontecer. Y lo peor es que hace daño. Y nadie ha sufrido más esto que Mayim.

La conocí en el aeropuerto, con la mala noticia del asesinato de su maestro Yizhak Twerski, urgiéndole a que se pusiera a salvo bajo nuestra protección. Era la única de su Kábala que quedaba viva. Tenía, como Santiago, la fuerza de la fe.

La recuerdo en el pasillo de Chartres, con la determinación de vencer al terror. Esos seres nefandos nos encontraron buscando aquello que ella custodiaba, un artefacto que encerraba un espíritu de Gehbura, la sephira del rigor y el poder condenatorio.
Recuerdo cuando tuvimos que liberarlo para salvar nuestras vidas, malogrando con ello un arma destinada a acabar con la Ciudad Maldita.
En la calma posterior la vimos despertar; una nueva arma de Dios, mucho más poderosa y hermosa que la que se había ido.

Esos recuerdos permanecen, casi entre la vigilia y el sueño. Por importantes que sean a veces parece mentira que algo así pudiera ocurrir.

El momento que me acompaña siempre es el día en que Dante y ella se vieron por primera vez. Cogida a su cintura, en la vespa, vieron el esplendor de París en una larga gira hasta parar en el mirador de Montmatre. Allí se dieron un beso. Y se enamoraron. Todo era natural; era el amor perfecto, sencillo, providencial. Yo hubiera sido João si Dante no hubiera sido yo. Ni siquiera he querido tanto a Santiago.

João le dará niños preciosos, él es un hombre de verdad.
No sé quién ser el día de su boda. Ojalá pudiera ser los dos.