<body><script type="text/javascript"> function setAttributeOnload(object, attribute, val) { if(window.addEventListener) { window.addEventListener('load', function(){ object[attribute] = val; }, false); } else { window.attachEvent('onload', function(){ object[attribute] = val; }); } } </script> <div id="navbar-iframe-container"></div> <script type="text/javascript" src="https://apis.google.com/js/platform.js"></script> <script type="text/javascript"> gapi.load("gapi.iframes:gapi.iframes.style.bubble", function() { if (gapi.iframes && gapi.iframes.getContext) { gapi.iframes.getContext().openChild({ url: 'https://www.blogger.com/navbar.g?targetBlogID\x3d7926155719755327671\x26blogName\x3ddiario+de+Judith\x26publishMode\x3dPUBLISH_MODE_BLOGSPOT\x26navbarType\x3dTAN\x26layoutType\x3dCLASSIC\x26searchRoot\x3dhttps://diario-de-judith.blogspot.com/search\x26blogLocale\x3des_ES\x26v\x3d2\x26homepageUrl\x3dhttp://diario-de-judith.blogspot.com/\x26vt\x3d1814785731851084173', where: document.getElementById("navbar-iframe-container"), id: "navbar-iframe" }); } }); </script>

diario de Judith

No sólo hallarás aquí dulces confidencias. También todo misterio que me haya sido revelado en la medida en que pueda contarse con palabras.

« principal | siguiente » | siguiente » | siguiente » | siguiente » | siguiente » | siguiente » | siguiente » | siguiente »

Introducción a la Torre.

Yo he nacido aquí, en la piscina del último piso. Lo sé porque lo he visto. Nadie me lo dijo. No supe de este sitio hasta mi mayoría de edad.
Me localizó un abogado. Me sorprendió que me encontrara en un pueblo perdido de Marruecos. Eso fue el día en que cumplí los dieciocho. Dos días después estaba en un despacho de Hong Kong frente a un señor de fuerte carácter, mirada de pena y cierta familiaridad. Se había dispuesto dar entonces lectura a la herencia. Mis padres habían muerto dos años antes en un accidente de aviación.
Me he criado como una niña rica. Nunca había tenido que pensar en el dinero. Aún así me costó un rato salir del asombro. Me fueron reveladas cuentas secretas en paraísos fiscales. Nunca imaginé a mis padres tan ricos. Tal vez por eso me había criado en internados. Tal vez de eso me protegían, de la corrupción que acompaña siempre a tantísimo dinero.
Conocía la propiedad en Italia, y sabía de un piso en París. Pero ni había oído hablar de un hotel de cinco estrellas que incluso tenía como nombre el apellido de mi abuelo (que no el mío), Hotel Perret. Aunque me pertenecía, no podía venderlo, y aunque poseía el título de directora del hotel, éste era tutelado por un consejo de dirección elegido por sus trabajadores.
Creía conocer esta ciudad. Pero nunca había oído hablar de un Hotel Perret. Con el plano en la mano me di cuenta que había pasado mil veces por esa calle. ¿Cómo es posible que un edificio de más de veinte pisos me hubiera pasado desapercibido en el centro de París?
Muchas de esas preguntas ya tienen respuesta. Otras no.

A pesar de su discutible respeto por el urbanismo parisino, el edificio es hermoso. A pesar de ser de hormigón, me dio la sensación de haber sido tallado en piedra. Fue construido en los cuarenta y el interior conserva la decoración bauhaus originaria. Cuando entré por la puerta sentí un agradable calor, y en ese momento supe que ese lugar era muy especial. Subí un piso por encima del restaurante. Dos por encima de las suites y del resto del hotel. Ahí, según figuraba en la escritura de propiedad, es donde se encontraban las "viviendas privadas". Mi casa.

Abrí y la luz lo inundó todo. La planta entera del edificio formaba una enorme sala octogonal. Grandes mesas sin libros. El ambiente era limpio y fresco. A pesar del silencio no me sentía sola. A los pocos metros el techo desaparecía mostrando un hueco que dejaba ver otros cuatro pisos, estos con estanterías llenas de libros. La mayor biblioteca privada que había visto hasta entonces.
Y encima, la vivienda. Otros tres pisos que formaban un cubo sobre el octógono de la biblioteca . Con los muebles similares a los del hotel. Sin restos de tecnología, ni ropa, ni comida. No había nevera ni lavadora. El primer piso lo formaba el salón y la cocina, el resto ocho habitaciones similares a las suites del hotel. Las camas estaban arropadas.
Creía que era un sueño. Uno de esos en los que el espacio toma las propiedades de un laberinto. Pero sin la angustiosa sensación de estar perdido. Perderme en la Torre me maravillaba.

El mayor misterio de la Torre, su corazón, su centro y el centro de muchos más sitios se encuentra sobre las habitaciones. Este último piso lo ocupa la piscina. Le dí la vuelta, el agua estaba tranquila, cristalina. París entraba por todas las ventanas y se detenía en ese lugar tranquilo. Me quité los zapatos y los pantalones y me senté en su orilla. Vacié mi cabeza.

Tardé meses en convencerme que ese sitio era real. Me apropié de una habitación y acondicioné la cocina. Primero me di cuenta de que el polvo no se acumulaba. Luego descubrí que el agua de la piscina no se ensuciaba. No encontré en ella entrada de agua ni depurador alguno.
En la biblioteca, el orden de los libros era extraño. Es tan basta que todavía no he acabado de catalogar sus libros. Baste decir que con una parte de los libros antiguos cuya existencia era conocida creamos los fondos para una fundación que bautizamos con el nombre de Fundación Cannitzzaro para el estudio del pensamiento antiguo y medieval, y que se aloja en un edificio cercano a éste.

Las primeras pistas sobre la verdadera naturaleza de la Torre me las fue dando la propia biblioteca, en los diarios de mi abuela, Oriana Cannitzzaro, una aventurera que recorrió el mundo buscando saberes ocultos. En esa búsqueda recopiló gran parte de los libros, y encontró la leyenda de la Torre. Investigando esa leyenda encontró a mi abuelo, Joseph Perret. Y así empezó todo, con una carta de amor a un arquitecto visionario.

deja un comentario