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diario de Judith

No sólo hallarás aquí dulces confidencias. También todo misterio que me haya sido revelado en la medida en que pueda contarse con palabras.

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La Pregunta y El Príncipe.

La pregunta vino de la boca de un mal profesor. Era teólogo y era francés, hablaba de Tomás de Aquino y de Camus. También era un adorador de la belleza, un sátiro y un mentiroso. Daba clases de filosofía a niñas ricas de un internado, le gustaba exhibirse y tenía fama de no llevar ropa interior. De él recuerdo sobre todo, su voz detrás de mí (le gustaba hablarnos desde nuestras espaldas, con una dulzura fuera de contexto). La pregunta nos la hizo hablando de la necesidad de Dios y del sentido de la humanidad. La recuerdo porque entonces me pareció inapropiada, innecesaria.

¿Por qué el ser y no más bien la nada?

Ahí estaba, una gran cuestión metafísica. Una de esas preguntas-guía, misterios que sirven de inspiración de los hombres. Lo que había sido licor para las inquietas y ociosas mentes de los sabios de la filosofía, desde Parménides hasta Heidegger o Leibniz, desde Platón hasta Sartre, era vaporizado, a modo de vacuna, sobre veinte niñas encerradas en jaulas de oro y que sólo pensaban en el presunto paquete de su profesor. Y fuera de contexto, desde atrás. Por mera retórica.
Yo, que por entonces era toda una poetisa, pensaba que los porqués apenas eran un consuelo y como no conocía el difícil arte de pensar antes de hablar, levanté la mano y contraataqué con un verso descontextualizado de un poema de Juan Ramón Jiménez titulado "las hojas verdes"(1):

- Este dolor me lo he buscado
yo;
entre mis rosas, lo tendría?
no!

Ay! la costumbre lamentable
de
buscar entre la sombra un por
qué!


Coseché un par de risas, una nota fructuosa de otra poetisa sedienta de consuelo y un tal vez merecido suspenso.
Pero esa pregunta vuelve, fuera de contexto, como el recuerdo de la voz falsa de ese profesor que hablaba desde atrás.
Tardé mucho en entender que la nada y el ser no son el Todo. Cuando encontré el no-ser tuve la certeza de no estar ante la nada. La nada es otra cosa; y lo malo, lo terrible es que la nada, contra toda lógica, existe. No se la ve, se la intuye. Está en los porque sí, en los porque puedo. En los huecos que se ven con en rabillo del ojo, donde casi nadie puede mirar de frente. En el origen del mal. Esa nada es la ausencia, el vacío. Y, aún más incomprensible, hay seres vacíos, llenos de nada. A veces nos cruzamos con ellos. Los hay que son así porque pueden. Los hay que lo son porque responden a la pregunta que aquel día se nos hizo con un:

¿Por qué no la nada?

Supe de El Príncipe por Almudena. Era un chico muy rubio, de Europa del Este. Muy dulce. Compañero de piso de Mina y bautizado por ella con ese mote por su aspecto de príncipe azul. Salieron juntos hasta que un día Almudena intuyó que algo de una intensidad terrible se escondía tras su voz de ángel. No sabía muy bien por qué, pero le dio miedo.
A partir de entonces empezó a no contarme cosas. Saber de él es peligroso. Hablar con él es una equivocación. Almudena estaba triste. Se sentía culpable. Y yo no podía ayudarle porque no me contaba qué sucedía.
Y luego fue Santiago. Aquel que le conocía, caía en un estado de desolación. Pensaba para él. Sufría para él. Los dos hermanos me huían. Empecé a pensar en El Príncipe, a contagiarme sin siquiera haberle conocido. Entonces acabó la sutilidad. Y como golpe de efecto comenzó la violencia.
Oportunista, absorbente. Como un niño mimado que exige atención.
No puedo contar aquí a quién ni cómo hizo daño, pero fue implacable y cruel. Sé muy poco de lo que ocurrió. Consiguió el silencio después del dolor. Y quién sabe cuántas cosas más.
Ahora ha vuelto. Esta vez para arrebatarnos algo que encumbró e inspiró durante siglos la catedral de Chartres y que mi padre encontró perdido en una colección privada de piedras-imán.
Aprovechó la ocasión para arrancar lo que hacía de nuestra Torre un instrumento necesariamente bueno. El Príncipe se ha llevado el betilo (2).

1.- El poema continúa así:
Era bella, era fresca, pero
muy
distinta, por sus soles, de
mí.

Y me llenó de sol y labios,
ah!
y mi alma no puede olvidarla
ya!

Este dolor me lo he buscado
yo;
entre mis rosas, lo tendría?
no!

2.- Los betilos son piedras sagradas receptáculos y manifestación de la presencia de un Dios. Sobre la simbología de los betilos en general, y la naturaleza, función e historia del que estuvo en nuestra Torre hablaré en una próxima entrada.

  1. Blogger L. | 10 de agosto de 2007, 6:39 |  

    Una de las eternas dudas y preguntas. Y lo peor es que nosotros somos espacio vacío, que entre lo que somos, átomos gráciles, se esconde la nada absoluta.
    Escribes muy pero que muy bien. Besiños

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