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diario de Judith

No sólo hallarás aquí dulces confidencias. También todo misterio que me haya sido revelado en la medida en que pueda contarse con palabras.

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Los niños ahogados

Fue aquel primer día en el Cabaret del Diablo cuando el espíritu de París me presentó al señor Adrien. Aparentaba los sesenta años, era un poco calvo y modesto en el vestir. Me esperaba en una mesa arrinconada, lejos del escenario. Intentando no llamar demasiado la atención de los otros.
Me habló con respeto, evadiendo mi mirada. Murió con la vergüenza de perder a su hijo pequeño y había continuado su búsqueda en este otro lado. Para mayor desgracia suya y de todos, el alma de su niño había perdido su forma para convertirse en algo malo.
Me contó que se lo llevaron en un carro con otros de su edad. Recolectaban la sustancia que exudaba su culpa y su miedo para luego hilarla. Desde el alma del niño, a la voluntad del mago. Tardaron dos años en crear sus ataduras.
Ahora su hijo estaba en París. Este hombre modesto seguía los pasos de esos monstruos desde hace décadas. No conocía la identidad de sus señores. Sólo sabía que de vez en cuando esos niños salían de algún pozo de agua pútrida para cometer los más atroces crímenes. Le aseguré que pronto la pesadilla acabaría y podrían descansar.
La descripción de su aspecto coincidía con el ser que se enfrentó a Aníbal: sorprendió a esa cosa con una larga lengua metida por el oído de una víctima en shock. Tenía el color y el olor de la carne podrida en el agua. Hizo estallar los cristales de un grito para luego esfumarse, literalmente fundido en las sombras.

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