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diario de Judith

No sólo hallarás aquí dulces confidencias. También todo misterio que me haya sido revelado en la medida en que pueda contarse con palabras.

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Los sueños de Uraniborg II. La siesta.

Era una tarde lluviosa, como casi todas en París. Tras una gran comilona fumé una variedad de marihuana con nombre de teoría astronómica- Big Bang-, me tumbé en el sofá y viendo el trajín de las gotas en los ventanales caí fulminada por el sueño.
Vestía una túnica azul oscuro igual a la del sueño anterior, pero su manto contenía decenas de estrellas bordadas con hilo de un amarillo áureo tan dorado que parecían tener su propia luz. Paseaba sin rumbo por la Ciudad de Ciudades sin entrar en ningún edificio en concreto, decidida a hacerme una idea general del lugar antes de despertarme.
Reconocí un patrón: todos los edificios eran asimétricos y todas las calles eran anchas y racionales. Tras un buen rato me topé con una avenida en la que se erguían en fila y a los lados titánicas estatuas. Cada coloso daba paso a una calle perpendicular a esa columna vertebral de lo que se me antojaba un extraño ser hecho de sitios. Reconocí las representaciones de la Templanza y el resto de arcanos mayores del Tarot, los dioses olímpicos, las musas, las furias, ángeles y demonios, grandes sabios como Platón, Ptolomeo, Bruno o Proclo y todo tipo de imágenes arquetípicas, el árbol de la vida y el conocimiento, la serpiente enrollada en el onfalo, el dragón, o el terrible basilisco. Habían calles que prometían ser un cúmulo de buenos lugares, llenos de placeres o conocimiento. Otras, las menos, parecían guardar terribles espacios de monstruos y perversiones.

- Toda ciudad tiene un nombre, me dije a mí misma en voz alta. Esta se llama Emil.

La última de las figuras precedía a una muralla no muy alta. Era Urania, musa de la astronomía que, portando un compás y una esfera celeste a sus pies, miraba hacia una pequeña puerta abierta en el muro. Antes de cruzar paré un momento y reconocí el orden de lo que había recorrido. Un sitio urbanizado, organizado con un antiguo método, una disciplina que fue practicada durante más de veinte siglos antes de caer casi en el olvido. Estaba en una parcela de la mente de un mnemotécnico. Un paisaje dispuesto por las reglas del Arte de la Memoria.

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