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diario de Judith

No sólo hallarás aquí dulces confidencias. También todo misterio que me haya sido revelado en la medida en que pueda contarse con palabras.

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El secreto de la tarta de chocolate

No es cierto que la cocina sea un arte efímero, el sabor permanece mucho tiempo y el olor se recuerda siempre. El cocinero es el artista que más intima con quien aprecia su obra. Como en el buen sexo, en la buena cocina se pierde la noción del tiempo en el momento de su consumación y se trasciende éste en su recuerdo. El sabor vuelve mucho tiempo después trasladándonos a ese instante perfecto. Es muy difícil recordar un sabor sin que éste vuelva.
Esta intemporalidad me sirvió en un experimento muy edificante:
Algunos teóricos tratan el olvido como un problema de recuperación, no de almacenamiento. Todos nuestros recuerdos permanecerían en la memoria, pero nos haría falta un contexto guía para recordar algo*.
A partir de esta hipótesis de trabajo, quise recordar la primera cena con Akari y Kosei, una pareja de estudiantes de cocina a los que invité a casa para hacerles fotografías una noche de hace 19 años. Poco tiempo antes del experimento, en su restaurante, me contaron que fue comiendo la tarta de chocolate de esa primera vez cuando sintieron que íbamos a ser íntimos. Utilicé ese sabor para evocar ese momento lo mejor posible.
Me centré en todos los detalles que pude recordar de aquella noche. Primero recordé la ropa que llevaba, y me la puse. Encontré la receta con la que preparaba esa tarta y coloqué el viejo mantel de cuadros sobre la mesa de la cocina. Ya preparando la tarta empezaron a asaltarme multitud de detalles que creía olvidados. Desde la cuchara con que removía el chocolate hasta fundir al antiguo diseño de la caja de galletas. Sentí la embriaguez de conocer a un extraño y la íntima sensación de conocerlos ya. Recordé haber decidido en ese momento aprender japonés.
Cuando abrí el horno, junto al olor me vinieron los sonidos del piano al ser tocado con timidez. Cuando puse la tarta en la bandeja, oí sus comentarios ininteligibles. Cuando me senté y comí la primera cucharada, en un salón que no había cambiado mucho nunca, los vi. Allí estaban delante de mí, no tan diferentes a como son ahora, sonriendo. Escuché el ummm del primer bocado de ella, vi como se miraban, dije lo que se dijo, en una escena tan real como el sabor. Supe que no evocaba ni interpretaba nada. Estaba viviendo aquel momento en un tiempo presente.
Salí del trance cuando me puse a llorar. La tarta estaba deliciosa. Mis amigos bien.
Fue la primera vez que trascendí el tiempo de manera evidente. Hasta entonces todo habían sido intuiciones explicables por la casualidad o el incosciente. Pero esto era diferente. Deseché las teorías sobre almacenamiento de información, había visto atrás en el tiempo y ese momento permanece para mi felicidad.

(*) Estas teorías explicarían que en circunstancias tan especiales como ciertos trastornos cerebrales o la hipnosis se recuperen fragmentos de la vida de alguien con total exactitud. Recuerdo un libro de un neurólogo llamado Oliver Sachs en que cuenta el caso de una señora que empezó a escuchar una canción en gaélico, idioma que no conocía. En un principio creyó que alguien tenía una radio puesta, pero esta radio no paraba nunca. Resultó ser un recuerdo de su más tierna infancia cuando su madre-a la que hasta entonces no recordaba-le cantaba una nana.

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