miércoles, 20 de junio de 2007
Mi vida en el templo de las devadasis II.
Abrí los ojos. Borroso, el viejo asceta yacía frente a mí, en posición del loto. Un último cuerpo que no se corrompería nunca como muestra de santidad.
Yo permanecía en su misma postura, tan entumecida que no me podía mover. Mi respiración iba recuperando la normalidad después de un largo período de letargo. Sentí mi cuerpo esquelético, la piel apretándome la cara.
El aire vino a mi mostrándome el olor del tabaco recién cortado, habían pasado tres meses desde que me había sentado aquí para acompañar al anciano asceta en sus últimas meditaciones.
Rememoré la primera vez que le vi. Estaba exactamente igual que ahora. Guardaba un total silencio. No bebía ni comía. Las muchachas del templo le lavaban a diario y les gustaba peinar su asombrosamente larga cabellera.
Todo él parecía de madera ennegrecida. Un cadáver absolutamente seco, un árbol de forma humana. De no ser por su intensa y cercana mirada era difícil de creer que fuera un ser vivo. Cuando me lo enseñaron entonces me sentí como una turista en una feria de rarezas. Y, la verdad, eso es lo que era entonces.
Vine a Kerala a buscar un maestro que me enseñara los secretos del Tantra. En la biblioteca de la Torre había encontrado un libro en sánscrito que hablaba de un templo de Devadasis que era visitado a menudo por los Dioses. Los hombres que tenían el honor de ser recibidos, a parte de poder admirar las más venerables y deliciosas danzas, podían aprender la práctica del Tantra. Me pareció la mejor recomendación posible.
Pero todas las Devadasis bailan para los Dioses, pues lo hacen para el Dios interior que habita en todos los hombres. Como las monjas católicas, ellas ya están casadas. Son las mujeres de los dioses y las madres de todos los hombres. Cuando un hombre yace con una de éstas bailarinas celestiales, deja de ser un hombre para representar el papel de un Dios.
El culto de las Devadasis ha degenerado si no lo era ya antes, en una forma velada de prostitución. En la India, una de cada 3 prostitutas lo son por motivos espirituales.
La Sabia Maestra se ocupa de que sólo las chicas mayores ofrezcan sus servicios sexuales y que lo hagan a quienes crean merecedores de tal privilegio. Muchos peregrinos venían al templo buscando suerte y un atisbo de lo que debería ser paraíso.
Yo, desde que vine, me empeñé en el difícil aprendizaje del Yoga, y ejerzo de asistente de las bailarinas sagradas una temporada cada año. También ayudo económicamente al templo. Así es como obtengo, como cualquier otro visitante, mi porción de cielo.
Aquí me llaman Akhila, y me paso el día alternando las lecciones de Yoga con momentos de alegría jugando, bailando y cocinando con las niñas. Desde ese primer día hace ya veinte años, cada vez que he cruzado el arco de piedra que da paso a este lugar sagrado, he visto, oído, olido, tocado, saboreado, reído, bailado, gozado, la plenitud.
Yo permanecía en su misma postura, tan entumecida que no me podía mover. Mi respiración iba recuperando la normalidad después de un largo período de letargo. Sentí mi cuerpo esquelético, la piel apretándome la cara.
El aire vino a mi mostrándome el olor del tabaco recién cortado, habían pasado tres meses desde que me había sentado aquí para acompañar al anciano asceta en sus últimas meditaciones.
Rememoré la primera vez que le vi. Estaba exactamente igual que ahora. Guardaba un total silencio. No bebía ni comía. Las muchachas del templo le lavaban a diario y les gustaba peinar su asombrosamente larga cabellera.
Todo él parecía de madera ennegrecida. Un cadáver absolutamente seco, un árbol de forma humana. De no ser por su intensa y cercana mirada era difícil de creer que fuera un ser vivo. Cuando me lo enseñaron entonces me sentí como una turista en una feria de rarezas. Y, la verdad, eso es lo que era entonces.
Vine a Kerala a buscar un maestro que me enseñara los secretos del Tantra. En la biblioteca de la Torre había encontrado un libro en sánscrito que hablaba de un templo de Devadasis que era visitado a menudo por los Dioses. Los hombres que tenían el honor de ser recibidos, a parte de poder admirar las más venerables y deliciosas danzas, podían aprender la práctica del Tantra. Me pareció la mejor recomendación posible.
Pero todas las Devadasis bailan para los Dioses, pues lo hacen para el Dios interior que habita en todos los hombres. Como las monjas católicas, ellas ya están casadas. Son las mujeres de los dioses y las madres de todos los hombres. Cuando un hombre yace con una de éstas bailarinas celestiales, deja de ser un hombre para representar el papel de un Dios.
El culto de las Devadasis ha degenerado si no lo era ya antes, en una forma velada de prostitución. En la India, una de cada 3 prostitutas lo son por motivos espirituales.
La Sabia Maestra se ocupa de que sólo las chicas mayores ofrezcan sus servicios sexuales y que lo hagan a quienes crean merecedores de tal privilegio. Muchos peregrinos venían al templo buscando suerte y un atisbo de lo que debería ser paraíso.
Yo, desde que vine, me empeñé en el difícil aprendizaje del Yoga, y ejerzo de asistente de las bailarinas sagradas una temporada cada año. También ayudo económicamente al templo. Así es como obtengo, como cualquier otro visitante, mi porción de cielo.
Aquí me llaman Akhila, y me paso el día alternando las lecciones de Yoga con momentos de alegría jugando, bailando y cocinando con las niñas. Desde ese primer día hace ya veinte años, cada vez que he cruzado el arco de piedra que da paso a este lugar sagrado, he visto, oído, olido, tocado, saboreado, reído, bailado, gozado, la plenitud.