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diario de Judith

No sólo hallarás aquí dulces confidencias. También todo misterio que me haya sido revelado en la medida en que pueda contarse con palabras.

El Castillo de Urania

La puerta de Urania, el nombre de Emil. Sabía suficiente, y creo que por eso desperté. Marché a la biblioteca y me apoyé en la barandilla junto a la sección de Astronomía. Abajo, entre las mesas, estaba el modelo de sólidos platónicos de Kepler y, junto a él, un ordenador. Bajé y escribí en el buscador Emil y Urania. La respuesta no se hizo esperar:
“Un excéntrico millonario, Emil Istrati, reconstruye el castillo de Urania”
“Uraniborg, el castillo de Urania, será de nuevo un centro de estudios de Astronomía, Alquimia y Magia”
“Emil Istrati, un millonario rumano crecido en Italia que dice ser un mago invita a astrónomos, músicos y alquimistas a visitar su castillo dedicado a Urania, musa de la Astronomía.”
Eché a reír fascinada por la sencillez de la investigación. Yo misma había conocido a un experto en hermetismo que rechazó una invitación para ir al castillo de Urania por temor a que le tacharan de loco. No me costó encontrar una foto de Emil Istrati y era, sin duda, el hombre del sueño vestido con un sombrero, en los jardines de un Palacio de Urania que parecía el modelo de los grabados, las descripciones y los cuadros que nos han llegado.
Buceando en la bibliografía, no tardé en encontrar un magnífico tratado de un astrónomo y astrólogo que había participado asesorando la réplica de Uraniborg. En el prólogo, digno de un poeta, el doctor Vasile Iliesku hablaba de los sueños hechos realidad, de la paz de espíritu y la alegría que se alcanza cuando se vive para el alma en un lugar tan cercano al tiempo cósmico que “hace recuperar al visitante algo que el hombre de hoy ha perdido”. No sin humor detalla el cuidado en la selección de materiales y en la forma de construcción, “la idea era construir Uraniborg de nuevo, evitando a todo costa, sin límite en el presupuesto, materiales que no fueran nobles y técnicas que no fueran artesanales. Todos, hasta el más incrédulo de los que participamos en su construcción, empezamos a sospechar que Emil Istrati era capaz de transformar el plomo en oro.”
El Uraniborg original fue construido por Tycho Brahe como centro de estudios donde se estudiarían las correspondencias entre los astros y los metales. El mismo rey Federico II tenía una habitación reservada para sus visitas. Hubo un tiempo en que hasta 40 estudiosos trabajaban en el recinto. Se dice que fue el primer centro de investigación del mundo, aunque claro, eso también se dice de la Biblioteca de Alejandría y quién sabe de cuántos sitios más.
Estaba rodeado por una muralla cuadrada que tenía dos portones en vértices opuestos y dos casas en los otros dos. Contaba con un jardín geométrico con quioscos y fuentes y en su centro se alzaba el palacio en sí, que contaba con un laboratorio alquímico en su base y todo tipo de instrumentos, salas, torres y balcones preparados para el estudio y la observación directa de las estrellas. Una bella estatua de Pegaso culminaba su bóveda principal. El complejo se levantaba en la isla danesa de Ven. Terreno que resultó ser demasiado inestable para albergar los instrumentos más sensibles.


Cuando Tycho perdió el favor del nuevo rey Christian IV, el castillo cayó en el abandono, y tras veinte años de existencia fue saqueado hasta los cimientos.
El nuevo Uraniborg está en un lugar muy diferente. En los terrenos que la familia Istrati recuperó tras la caída del telón, un valle entre montañas en los mismísimos Cárpatos, apenas a 80 kilómetros de Brasov, una de las ciudades más hermosas de Rumanía.
Su construcción terminó hace cerca de tres años, y cuenta con residentes más o menos fijos y visitantes. Entre los fijos destaca Matilda Stanoiu, una eminencia en la tradición hermética con una obra monumental sobre el tema.
Respecto al señor Istrati, un gracioso halo de misterio le rodea. Se le ridiculiza y se le admira a partes iguales y no tiene problemas en conceder entrevistas. Afirma que es capaz de prodigios como la teletransportación, pero se niega a hacer demostraciones por respeto al misterio, dice que sin fe no hay magia, y que quien ve sin creer tiene más problemas para la Iluminación. Una minoría de los intelectuales, entre los que se encuentra Matilda, ven en él al mago del renacimiento y no literalizan sus afirmaciones, razonamiento que les sirve para transformar los prodigios en metáforas. Yo sé que a través de las Metáforas se pueden hacer Prodigios. Sin duda Istrati es un Mago. Pronto le visitaré.

Los sueños de Uraniborg II. La siesta.

Era una tarde lluviosa, como casi todas en París. Tras una gran comilona fumé una variedad de marihuana con nombre de teoría astronómica- Big Bang-, me tumbé en el sofá y viendo el trajín de las gotas en los ventanales caí fulminada por el sueño.
Vestía una túnica azul oscuro igual a la del sueño anterior, pero su manto contenía decenas de estrellas bordadas con hilo de un amarillo áureo tan dorado que parecían tener su propia luz. Paseaba sin rumbo por la Ciudad de Ciudades sin entrar en ningún edificio en concreto, decidida a hacerme una idea general del lugar antes de despertarme.
Reconocí un patrón: todos los edificios eran asimétricos y todas las calles eran anchas y racionales. Tras un buen rato me topé con una avenida en la que se erguían en fila y a los lados titánicas estatuas. Cada coloso daba paso a una calle perpendicular a esa columna vertebral de lo que se me antojaba un extraño ser hecho de sitios. Reconocí las representaciones de la Templanza y el resto de arcanos mayores del Tarot, los dioses olímpicos, las musas, las furias, ángeles y demonios, grandes sabios como Platón, Ptolomeo, Bruno o Proclo y todo tipo de imágenes arquetípicas, el árbol de la vida y el conocimiento, la serpiente enrollada en el onfalo, el dragón, o el terrible basilisco. Habían calles que prometían ser un cúmulo de buenos lugares, llenos de placeres o conocimiento. Otras, las menos, parecían guardar terribles espacios de monstruos y perversiones.

- Toda ciudad tiene un nombre, me dije a mí misma en voz alta. Esta se llama Emil.

La última de las figuras precedía a una muralla no muy alta. Era Urania, musa de la astronomía que, portando un compás y una esfera celeste a sus pies, miraba hacia una pequeña puerta abierta en el muro. Antes de cruzar paré un momento y reconocí el orden de lo que había recorrido. Un sitio urbanizado, organizado con un antiguo método, una disciplina que fue practicada durante más de veinte siglos antes de caer casi en el olvido. Estaba en una parcela de la mente de un mnemotécnico. Un paisaje dispuesto por las reglas del Arte de la Memoria.