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diario de Judith

No sólo hallarás aquí dulces confidencias. También todo misterio que me haya sido revelado en la medida en que pueda contarse con palabras.

Los sueños de Uraniborg. El Hotel de hoteles.

Vestía una túnica azul oscuro y el cielo nocturno ardía de estrellas. Marte me dedicaba una sonrisa y yo no podía más que sonrojarme. Oí la lejana voz de Gabrielle cantando al otoño y me dejé arrastrar por su fuerza. Caí lenta y parsimoniosamente como una hoja más.
Ella bailaba alrededor de un roble. Miraba al suelo sin ser consciente de mí y a la vez siéndolo de todo lo que existe.
No muy lejos un hombre observaba discretamente. Tenía el pelo cano y era delicadamente esbelto. Su mirada estaba llena de cariño y candor infantil. Vestía una capa gris claro casi blanca y un sombrero de ala ancha. Echó a andar resuelto por un sendero del bosque que decidí seguir sin dejarme ver.
Su camino dibujaba un paisaje que desaparecía a su espalda. Al poco tiempo se alzó frente a él una ciudad de calles rectas y edificios asimétricos de todas las épocas y arquitecturas imaginables. Castillos con torres de diferentes formas y alturas, palacios adornados con estatuas de todos los dioses, incluso casas con forma de letras, pirámides y una catedral que tenía al menos doce agujas diferentes. A lo lejos el cielo empezaba a clarear.
Al fin entró en un edificio. Sobre su puerta se leía “Hotel” y su fachada vestía detalles de al menos diez hoteles del mundo que yo haya visitado alguna vez. Dentro, un hall inmenso y tres recepcionistas carismáticos que recibían a los visitantes. Dejé que subiera a un ascensor y me fijé en qué piso paraba (el VI). Subí las escaleras corriendo el riesgo de que sus bifurcaciones irregulares me confundieran. Cada ventana mostraba un paisaje distinto; algunas daban a calles de Roma, Madrid o Venecia.
Ninguna de las puertas del sexto piso estaba cerrada con llave. En la primera había una mujer rubia escribiendo una obra de teatro vestida sólo con el sujetador. En la siguiente se oían las campanas de la catedral de Milán y un pájaro se posaba en el quicio de su ventana abierta. En el suelo de la tercera vi un tren de hojalata de vivísimos colores y un ratón.
Me ha despertado el olor a café. Ahora, en esta vigilia no menos fantástica, espero atrapar a Karel con la zarpa en la tarta de chocolate. Al misterioso caballero lo atraparé en el próximo sueño.