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diario de Judith

No sólo hallarás aquí dulces confidencias. También todo misterio que me haya sido revelado en la medida en que pueda contarse con palabras.

Mi vida en el templo de las devadasis II.

Abrí los ojos. Borroso, el viejo asceta yacía frente a mí, en posición del loto. Un último cuerpo que no se corrompería nunca como muestra de santidad.
Yo permanecía en su misma postura, tan entumecida que no me podía mover. Mi respiración iba recuperando la normalidad después de un largo período de letargo. Sentí mi cuerpo esquelético, la piel apretándome la cara.
El aire vino a mi mostrándome el olor del tabaco recién cortado, habían pasado tres meses desde que me había sentado aquí para acompañar al anciano asceta en sus últimas meditaciones.

Rememoré la primera vez que le vi. Estaba exactamente igual que ahora. Guardaba un total silencio. No bebía ni comía. Las muchachas del templo le lavaban a diario y les gustaba peinar su asombrosamente larga cabellera.
Todo él parecía de madera ennegrecida. Un cadáver absolutamente seco, un árbol de forma humana. De no ser por su intensa y cercana mirada era difícil de creer que fuera un ser vivo. Cuando me lo enseñaron entonces me sentí como una turista en una feria de rarezas. Y, la verdad, eso es lo que era entonces.

Vine a Kerala a buscar un maestro que me enseñara los secretos del Tantra. En la biblioteca de la Torre había encontrado un libro en sánscrito que hablaba de un templo de Devadasis que era visitado a menudo por los Dioses. Los hombres que tenían el honor de ser recibidos, a parte de poder admirar las más venerables y deliciosas danzas, podían aprender la práctica del Tantra. Me pareció la mejor recomendación posible.

Pero todas las Devadasis bailan para los Dioses, pues lo hacen para el Dios interior que habita en todos los hombres. Como las monjas católicas, ellas ya están casadas. Son las mujeres de los dioses y las madres de todos los hombres. Cuando un hombre yace con una de éstas bailarinas celestiales, deja de ser un hombre para representar el papel de un Dios.
El culto de las Devadasis ha degenerado si no lo era ya antes, en una forma velada de prostitución. En la India, una de cada 3 prostitutas lo son por motivos espirituales.
La Sabia Maestra se ocupa de que sólo las chicas mayores ofrezcan sus servicios sexuales y que lo hagan a quienes crean merecedores de tal privilegio. Muchos peregrinos venían al templo buscando suerte y un atisbo de lo que debería ser paraíso.

Yo, desde que vine, me empeñé en el difícil aprendizaje del Yoga, y ejerzo de asistente de las bailarinas sagradas una temporada cada año. También ayudo económicamente al templo. Así es como obtengo, como cualquier otro visitante, mi porción de cielo.

Aquí me llaman Akhila, y me paso el día alternando las lecciones de Yoga con momentos de alegría jugando, bailando y cocinando con las niñas. Desde ese primer día hace ya veinte años, cada vez que he cruzado el arco de piedra que da paso a este lugar sagrado, he visto, oído, olido, tocado, saboreado, reído, bailado, gozado, la plenitud.

La muerte del sadhu. Mi vida en el templo de las devadasis I.

Hasta entonces no había tocado un pelo tan hermoso. Lo peinaba con delicadeza cantando una canción en tamil que me había enseñado Anandi, la más divertida de las niñas del templo.
Él ahora era joven, tenía músculo donde antes sólo había piel y sus rasgos eran afilados en lugar de cadavéricos. Le había lavado y perfumado. Enjoyado de sedas y piedras preciosas, adornado de oro y plata sobre una alfombra que dibujaba un magnífico yantra.
Al fin, después de tanto tiempo, pude oír su voz. Era limpia y viril. Sonaba triunfante, como triunfante era su mirada.

-Cuando te vi por primera vez creí que eras una aspara(1) que se divertía distrayendo a un pobre sadhu. Desde entonces he aprendido mucho de tu contemplación. Pero de todos los seres que me han visitado, nadie ha tenido compasión por mí. Salvo tú.
Me has leído muchas veces con tu voz de música. Ahora deja que sea yo quien lea para ti, oh esposa de los dioses. Para después alzar el vuelo dejando este despojo.

Me senté frente a él, dispuesta a escuchar. No pude reprimir las lágrimas.
Abrió el Bhagavad-Gītā y buscó un pasaje para recitármelo con melódica contundencia:

- "Ni a los vivos ni a los muertos
compadecen los sabios.

No, en verdad, nací yo nunca
ni tú, ni esos reyes de pueblos;
y en verdad no dejaremos de existir
nosotros todos en otro tiempo.

Como de la Encarnada en este cuerpo
hay niñez, juventud, vejez,
así es la adquisición de otro cuerpo.
Un sabio no se turba por esto.

[...]

Del No ser no sale el Ser,
el No ser no sale del Ser.
El límite de ambos es visto
por los que contemplan la verdad.

Sabe indestructible Aquello
de que este Todo está penetrado.
La destrucción de esta cosa imperecedera
nadie es capaz de causarla.

Finitos estos cuerpos
de la eterna, Encarnada, son declarados,
de la indestructible, indefinible.
Por eso lucha,
oh descendiente de Bharata.

Quien la sabe matadora
y quien la piensa matada,
estos dos no son sabios.
No mata, no es matada.

No nace, no muere nunca,
no, habiendo llegado a ser,
llegará a ser otra vez más,
no nacida, eterna, perdurable,
esa antigua no muere al morir el cuerpo.

[...]

Como los viejos vestidos quitándose
un hombre se pone otros nuevos,
así dejando los viejos cuerpos
se dirige a otros nuevos la Encarnada.

No la atraviesan las espadas,
no la consume el fuego,
no la mojan las aguas,
no la agosta el viento.

Es no manifiesta; impensable,
inalterable es declarada.
Por eso, conociéndola,
no debes compadecerla.

Y aunque constantemente nacida
y constantemente muerta la pienses,
aun así tú, oh el de los Grandes Brazos,
no debes sufrir por ella.

Porque del nacido es cierta la muerte
y del muerto es cierto el nacimiento;
por eso en un caso sin remedio
no debes tú lamentarte.

De comienzo no manifiesto son todos los seres,
son manifiestos en el tiempo intermedio,
oh descendiente de Bharata;
y son de fin no manifiesto.
Entonces, ¿por qué lamentarnos por ellos?

Es maravilla que alguien la descubra,
es maravilla que otro hable de ella,
es maravilla que otro oiga de ella.
Pero aunque oiga
de ella, ninguno la conoce.

[...]

Muerto, alcanzarás el cielo;
vivo, disfrutarás de la tierra.
Por ello, yérguete, hijo de Kunti,
lleno de decisión para la lucha."

Y sonrió como un niño, incitándome a ir a la batalla sin temor... y yo sonreí.
Algo de luz entró por la ventana, ahora adornada con estatuas de voluptuosas bailarinas ejerciendo de diosas en danzas cósmicas. La miró y, sin dejar de sonreír dijo:

- "He ahí a la Aurora
portando la luz a todos los seres;
abre el establo de las tinieblas
para que salgan las vacas del resplandor"(2).

(1).- En la mitología hindú, las asparas son voluptuosas ninfas que embelesan a los héroes y suelen tener amoríos en la tierra. Tienen el poder de cambiar de forma y dar suerte. Se atribuye su origen al batir del océano, por lo que surgieron de las aguas. A veces se las denomina "esposas de los dioses" o "hijas del placer". El parecido con los atributos de Afrodita me parece evidente.

(2).-Se trata de un pasaje del Rigvêda dedicado a Ushas, la diosa Aurora. Transcribo aquí otros fragmentos que se refieren a ella:

"Vedla cubierta con ropas luminosas
sobre las que se extienden todos los colores,
obra del más portentoso pintor.
Todo en ella es fiesta,
resplandor del gran altar del sacrificio.
Nos ha hecho salir de las tinieblas,
nos sonríe radiante
y, llena de gracia,
despierta en el mundo pensamientos de gozo."

"Con el ojo puesto
sobre todos los mundos,
los penetra benevolente
extendiendo sus luces
a lo largo y ancho."

"Resplandece como una mujer
en presencia de su amante.
Como un mar inmenso que extiende sus olas,
así los rebaños de luz de la Aurora
van a lo largo y a lo ancho."